Sol de Atacama
Sobresale apenas una punta de él sobre la pirámide la cordillera
lubricando el cuerpo delicado del desierto
y el manto salobre de la llanura casi eterna
fluye su sombra hasta un pueblo abandonado
tocando la puerta metálica
que hace tiempo cayó,
bebiéndose los gritos y la actividad de los fantasmas
que aún van de mercado a la plaza;
sus elucubraciones se oyen en el silencio absoluto,
el cielo sin nubes, aguardando ser tostado
mirando las piedras cantarinas de los geoglifos de la puna
simiente que baila con lentitud
en el aire aún frío y tan poco vaporizado
…ciego veo sus brazos acariciar mi frente dormida
pinceles de colores que se transparentan ante
el manar ronco del aire en mi nariz.
Sombras que caminan huyendo de nada en la inmensidad
y los ojos de Mistral mirando fijamente ese lento surgir-
refulgir de discos de bronce
y piel de amatista
en las piedras dormidas
desde que el salar dejó de ser oceáno
esperando no quebrar su corazón entre el calor y el frío
erosionándolo todo un viento brutal como primitivo
puertas que empiezan a abrirse,
gallos gritando hasta la mudez;
las cumbres nevadas perpetuamente de testigos brillantes y solemnes,
explotan en centellas los piares del oxígeno
en el piso de las vetas de cobre y salitre
de siempre el sonido del agua que hierve
en las cocinas
mirando su paso celoso,
la tristeza de Chacabuco y de los mampuestos incaicos
esperando mil veces el reinado de Inti;
me he levantado,
miro sin más ropa que mi piel el Ojos del Salado
mirándonos cauteloso, explotando de sólo mirar,
de no sumar el espectáculo de fuego a nuestro despertar.
Aún está frío y no siento nada,
los dedos que antes anunciaban estas sendas
ahora me descubren completamente
y siento todo de repente, claro:
el volcán, el salar, la mina, San Pedro,
los geoglifos, los ojos de Gabriela Mistral,
y a ti y al sol de Atacama.
Sobresale apenas una punta de él sobre la pirámide la cordillera
lubricando el cuerpo delicado del desierto
y el manto salobre de la llanura casi eterna
fluye su sombra hasta un pueblo abandonado
tocando la puerta metálica
que hace tiempo cayó,
bebiéndose los gritos y la actividad de los fantasmas
que aún van de mercado a la plaza;
sus elucubraciones se oyen en el silencio absoluto,
el cielo sin nubes, aguardando ser tostado
mirando las piedras cantarinas de los geoglifos de la puna
simiente que baila con lentitud
en el aire aún frío y tan poco vaporizado
…ciego veo sus brazos acariciar mi frente dormida
pinceles de colores que se transparentan ante
el manar ronco del aire en mi nariz.
Sombras que caminan huyendo de nada en la inmensidad
y los ojos de Mistral mirando fijamente ese lento surgir-
refulgir de discos de bronce
y piel de amatista
en las piedras dormidas
desde que el salar dejó de ser oceáno
esperando no quebrar su corazón entre el calor y el frío
erosionándolo todo un viento brutal como primitivo
puertas que empiezan a abrirse,
gallos gritando hasta la mudez;
las cumbres nevadas perpetuamente de testigos brillantes y solemnes,
explotan en centellas los piares del oxígeno
en el piso de las vetas de cobre y salitre
de siempre el sonido del agua que hierve
en las cocinas
mirando su paso celoso,
la tristeza de Chacabuco y de los mampuestos incaicos
esperando mil veces el reinado de Inti;
me he levantado,
miro sin más ropa que mi piel el Ojos del Salado
mirándonos cauteloso, explotando de sólo mirar,
de no sumar el espectáculo de fuego a nuestro despertar.
Aún está frío y no siento nada,
los dedos que antes anunciaban estas sendas
ahora me descubren completamente
y siento todo de repente, claro:
el volcán, el salar, la mina, San Pedro,
los geoglifos, los ojos de Gabriela Mistral,
y a ti y al sol de Atacama.
15/9/2005
No hay comentarios.:
Publicar un comentario