Yelmo de escayola quebrado,
noche sin campanadas,
rosario entre las arrugas de la palma de su mano,
la anciana embebe sus cabellos en agua de vinagre
-la mortandad de crepúsculo silente
se acerca en ecos de trueno y letanías,
resuena por fin la campana:
se apresura a amasar empanadas intranquilas
besos que no se apresuran nietos que no se ven;
té de tilo, espera la saciedad del hambre
nadie come, sino ella de los tallos infusiones de manzanilla
y frota con manteca de chancho
el torso definitivo, borroso sin embargo,
que se yergue entre sillones milenarios
y porcelana remandada cuan rodillas quirúrgicas.
Tilo, romero, ruda, borrajas,
un lápiz calvo entre las trenzas frondosas, grises,
el espejo captura imágenes perecientes,
no las acepta, capa negra y plomizo cielo de los que se viste
prefiere el leve letargo de los ortos
en los que aún sacude su cuerpo con energías
antes de probar el frío de las mañanas
y de noche, los cataplasmas en caliente
se estremece su cuerpo encinto de recuerdo
camina encorvada de llevarlo preñado,
flautas y boleros en la radio,
se acuesta, libro en brazos,
rescoldos de vida en el suelo.
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