Nunca he sido lo suficientemente hombre, ni lo suficientemente tico, ni lo suficientemente geek, ni lo suficientemente gay, ni lo suficientemente "burgués", ni lo suficientemente arquitecto, ni lo suficientemente izquierdista, ni lo suficientemente nada...pero he encontrado algún modo de labrar y defender a muerte mi identidad, en medio y a pesar de las opiniones de la gente.
Mi rareza me ha acompañado toda mi vida. Fui el niño que precisamente no soportaba a los niños y cuyos pasatiempos incluían el dibujar paisajes y ciudades reales e imaginarias, jugar a los bolos, memorizar mapas y armar edificios con tucos, siempre alejado lo más posible de criaturas y situaciones ruidosas. Sin embargo, lo que más me gustaba era leer -no importaba si era ficción, una enciclopedia, o un libro ilustrado sobre ciencias- y ahí mi mente escapaba en busca de personajes ilustres, paisajes lejanos y épocas aún más lejanas. Siempre fui el niño que se sentía mucho más cómodo rodeado de adultos y hablándoles de tú a tú, que de personas de mi edad...y detestaba ser tratado de arriba hacia abajo, como la mayoría de adultos (ignorantemente) trata a los niños, tal y como si fueran seres incompletos.
Siempre he tenido una habilidad prodigiosa para caer mal de inmediato y para ser malinterpretado. Nunca me olvidaré de cuando fui castigado en el kindergarten por cerrar la puerta de un clóset, que vi desordenadamente abierta, sin saber que había una niña adentro, con los dedos asidos a una bisagra. Yo simplemente no entendía por qué generaba tanto rechazo automáticamente...y simplemente opté por aislarme en mis ideas y conocimientos. Y no es que tampoco le cayera muy bien a mis profesores, porque era el alumno número uno en corregirlos cuando osaban confundir la ciudad de Alajuela con la provincia de Alajuela, o cualquier otra imprecisión de algún tipo.
A mis nueve años fue para mí clarísimo, pero a la vez, muy orgánico, cuando empecé a sentir atracción por los hombres...y, por supuesto, en una sociedad como la costarricense de los noventa, la sola suposición de que uno lo era despertaba inmediato y abrumador rechazo de todos, así que decidí vivir con mi "secreto" y ocasionalmente inclusive traté de reprimirlo, pero, claro, eso se probó sobradamente como inútil. Entonces, ahí tenía una cosa adicional que me separaba de ese mundo que me parecía extraño, regido por una arbitrariedad capaz de causarme insomnio desde temprana edad.
Deseaba como ninguna cosa llegar a ser adulto y así, contaba los años para alcanzar la mayoría de edad. Pensaba que los adultos comprendían el mundo y sabían -de alguna manera- cómo afrontar todas las situaciones y problemas. Yo, entonces, sumido en temores e incertidumbres, pensaba que alcanzar la mayoría de edad haría las cosas mucho más fáciles de afrontar y las decisiones mucho más fáciles de tomar. Con los años me daría cuenta que las experiencias y las arrugas se acumulan, mientras uno se mantiene en un estado indistinto de ser y no ser -al mismo tiempo- el niño y el adolescente que alguna vez caminó por las calles. A diferencia de lo que yo pensaba, ni siquiera las personas que pueden ver un poco más allá tienen a su disposición esa llave mágica para comprender todas las circunstancias y tomar determinaciones sin equivocarse de vez en cuando.
En el colegio Humanístico mi mente se abrió enormemente. De pronto era como si el cofre de los conocimientos y del pensamiento humano se hubiera abierto ante mí, justo en una época sumamente difícil en lo personal. Por otro lado, luego de mi primer (y enteramente platónico) enamoramiento, que había empezado en mi colegio anterior, llegué finalmente a estar un poco en paz con el hecho en sí de ser homosexual; a partir de entonces, todo empezó a encaminarse hacia un larguísimo camino de auto aceptación. Por supuesto, seguí teniendo una buena dosis de conflictos con el mundo a mi alrededor y por diversas razones, pero también empecé a sentir lo que era ser aceptado por una persona real. Y esa persona, mi mejor amiga, fue la primera que contó con algún grado de acceso al yo verdadero, que tan celosamente había mantenido para mí hasta entonces.
Entre los conflictos que tuve con otra gente, me acuerdo claramente de uno con unas compañeras de clase, con quienes una vez no me guardé un comentario sobre mi consideración de que estaban erradas sobre alguna cosa. Mi eterna falta de sutileza y mi carácter explosivo en acción después, terminé en la dirección del colegio, donde me sentí entre la espada y la pared, con la directora de un lado y mis compañeras del otro, criticándome y esperando un acto de contrición de mi parte. En cierto punto de la conversación, me dijeron que yo "de seguro debía ser falso y mostrar permanentemente una careta, porque no era normal que una persona hablara así, de esa manera tan aparentemente calculada y afectada, que ninguna persona podía realmente ser así". Pero bueno, con mi hablar calculado, mis palabras de diccionario y mi necesidad de procesar ampliamente las cosas, yo solo estaba expresando mi yo real, nada de eso era una afectación.
Otro aspecto fundamental que desarrollé en ese colegio fue una conciencia social muy fuerte y eso, sumado a mi eterno odio contra las injusticias que presencio, me labró como pocas cosas en mi vida. Al día de hoy, decir que "los pobres lo son porque quieren", o pensar que el mundo se construye a partir de la competencia brutal y la explotación de todo lo que hay entre cielo y tierra, son básicamente antónimos de mi actitud hacia la vida. Tampoco me convertí en lo que llamo un "sobaquero de Marx", que es el tipo de persona que cuenta con la misma actitud hacia las ideas de izquierda que los fanáticos cristianos o los apólogos del mercado a los que tanto critican. Así que la idea de apoyar a una dictadura fratricida, por el solo hecho de que sea de izquierda, es algo bastante incompatible con quien soy. Por supuesto, contar con mi apoyo para las dictaduras de derecha es algo aún menos posible. Poder, en suma, tener una conciencia de la importancia de lo social y de lo político...y caerle igualmente mal a los fanáticos de la derecha, como a muchos de mis compañeros de luchas (más seguidores de una línea de pensamiento preestablecida) se ha convertido en una de las cosas de las que me alegro.
Pasaron los años del colegio y en la universidad claramente muchas cosas cambiaron, pero otras que me fui dando cuenta eran esenciales, permanecieron. Entre las cosas que cambiaron, la primera de ellas fue percatarme -en terapia- de la primera razón de mi extrañeza, llamada entonces "Síndrome de Asperger". Para mí, fue al inicio y por meses muy deprimente, porque me sentía condenado a nunca encajar socialmente y menos en una sociedad donde la mayoría de la gente es tan sociable y tan despreocupada de todo, como la costarricense. Luego de mucho tiempo y reflexión, fui encontrando que más bien muchas de esas cosas que podían verse como desventajas, también tenían ventajas asociadas. Por ejemplo, mis ansias de perfección podían hacerme ver socialmente como pesado e inflexible, pero bien que me habían hecho tener éxito académico y destacar en muchas áreas. Otro ejemplo era el de mi brutal sinceridad, que cuantiosos altercados me había generado, pero que sentí también me brindaba la habilidad de tener y mostrar una manera contrastante de pensar. Y así sucesivamente, de algún modo encontré cómo hacer de esas presuntas y desventajosas diferencias un medio asertivo de marcar mi diferencia, de mostrarme en esta diferencia y especialmente, de demostrarme a mí mismo mi capacidad de superar las barreras que encontraba en mi camino.
Entre esas barreras estaba la de nunca poder encajar en la sociedad. Con muchos años y mucho esfuerzo, por ejemplo, encontré cómo cultivar un sarcasmo y un humor que sería la delicia de mis amigos del "Clan", cuando finalmente pude contar con un grupo de amigos. También -y algo que mi asesora educativa de la universidad inmediatamente destacó- fue que llegué a participar en un movimiento social e inclusive ocupar una posición de coordinación en éste. Durante años pensé -alimentado por mi perfeccionismo y mi necesidad de rigor- que mi tiempo ahí había sido una experiencia desastrosa, pero con el tiempo he logrado visualizar que efectivamente llegué a alcanzar algo que no se esperaba para una persona con mis características. Poco a poco, a mi propia velocidad y de mi propio modo, fui conquistando varias limitantes. Además a punta de aprender y copiar modos de reacción de las personas (por ejemplo, viendo películas), de abrirme a las personas que lo merecían y de mostrarme como soy sin miedo al a veces esperable rechazo, aprendí cómo de alguna manera desempeñarme en un medio social y no solo existir en ese medio, sino inclusive prosperar .
También -y de una manera paulatina, traumática y entrecortada por depresiones entre cada rompimiento- pude encontrar de algún modo algo llamado "amor". Al inicio fue extremadamente difícil; efectivamente muchos maes me dijeron unas cuantas veces que yo era "demasiado extraño", "demasiado negativo" y que yo "nunca tenía tiempo". Los años me enseñaron que la tercera cosa era totalmente cierta (y lo sigue siendo), pero que las primeras dos no me condenaban a un futuro de ostracismo y soledad. Eventualmente -y con un hombre maravilloso e íntegro, compañero del viaje de la vida por casi dos años y medio- también encontraría el amor y me daría cuenta que el amor no es un sentimiento, sino un proceso y que tan gradualmente como puede uno elevarse a lo alto, sobre las nubes y sentir inflamarse cada aspecto de tu vida con su resplandor cálido, puede ser eso lentamente consumido por la pérdida de la comunicación y de los espacios de compartir. También aprendí a darle un enfoque más objetivo al amor y que éste no debe nunca implicar que una de las partes abandone su individualidad y sus sueños: él y yo siempre repetíamos "tus sueños, mis sueños, nuestros sueños", marcando con el girar de las manos los límites a veces imprecisos entre cada uno de ellos. Ese amor, aún después de haber terminado, me mostró que efectivamente yo merecía lograr mis sueños, por los que tanto había luchado y poco después de terminar nuestra relación, yo finalmente tenía en mis manos el título de arquitecto que desde los 4 o 5 años de edad deseaba alcanzar. En definitiva, aprendí de esa y de todas mis relaciones posteriores, a ser un mejor hombre: siempre cultivando nuevas actitudes, experimentando nuevos sabores de la vida y encontrando tesoros de experiencia y conocimiento en la otra persona, con cada nueva iteración del amor.
Mis años de vida profesional me han mostrado que efectivamente soy diferente y hasta raro, que mi esencia y mis experiencias de vida me han marcado de una manera que a ninguna otra persona en el mundo y que es mi derecho tomar esa extrañeza y convertirla en mi enfoque de vida. Ya sé que no importa que unos me consideren "demasiado gay" y otros "demasiado poco gay", que unos me consideren "demasiado antirreligioso" y otros "demasiado religioso" (tuve sus buenos rechazos amorosos por ambos motivos) y sé que cada persona juzga desde su espacio y su visión de mundo y que efectivamente, esas visiones tan disonantes de lo que uno es son perfectamente posibles. Y también he aprendido que, a diferencia de lo que pensaba, en realidad todas las personas son también extremadamente diferentes entre sí, a diferencia de lo que esa inmensa y homogeneizadora pared del conformismo social y la norma, hacían parecer. Y el más importante aprendizaje de estos últimos años, ha sido el de aceptar que no puedo complacer a nadie y efectivamente no debo vivir para satisfacer deseos, creencias y visiones de otras personas, sino los míos; que puedo vivir mis procesos y superar etapas a mi propio paso, sin sufrir por no hacerlo de la misma manera y al mismo paso de otras personas. Ese creciente "valeverguismo" me ha hecho -cada día que lo he cultivado- un poco más libre y un poco más feliz en mi extrañeza, porque me ha enseñado que no encajar está bien y que tampoco esto último exime de la posibilidad de sí encajar en algún otro rincón de este mundo diverso y caótico, de una manera diferente.
Y así, desde la perspectiva de mis 30 y pico años, regreso a mi infancia y al momento, que debió ser terriblemente traumático, en el que una compañera de la escuela, al final de un año lectivo y obligados todos a enviar regalos de "amigo secreto" a los demás, me dejó una carta -escrita con inocencia, pero claridad- en la que decía que yo era "demasiado extraño, pero pura vida". La distancia de releer ese mensaje en mi adultez me recordó que hay cosas que conforman mi esencia y permanecerán por siempre y que parte de esa esencia está en (según creo) ser cariñoso, cortés, gentil y agradecido. También podré ser incomprensible, de un ánimo volátil o enojarme por guerras en países que a pocos les interesan, o por palabras y situaciones aparentemente inofensivas, pero esa diferencia me enriquece y me construye a cada paso de mi vida y es digna de celebrar. Así, es mi responsabilidad de cada día vivir esa diferencia, convertirla en una voz y -a mi extraña manera- darle sabor, color y forma a mis aspiraciones más auténticas, en aras de mi realización personal y de que ésta asimismo ojalá contribuya a un mundo mejor para todos. Lejos del saber universal y claridad meridiana que esperaba en mi niñez que tendría algún día a mi disposición, esta eterna complejidad y caos, me invitan a afrontar al mundo de mi muy propia y muy sentida manera, hasta el día en que simple y silenciosamente deje de existir.