Cumplir 30 años.
Aquí, ante el teclado, soy un hombre diferente: la acumulación de todas las etapas que viví yace ya en mi piel, se profundiza en instantes en mi mente: algunos punzantes, otros satisfactorios, todos los matices de una vida que hasta hace pocos meses parecía rendirse con levedad a la inercia. Para algunos pueden pasar desapercibidos, pero para mí la realidad de mi crecimiento, de mi permanente cambio, de mi envejecimiento y eventual caducidad, es más que una sombra proyectándose al otro lado de la puerta. Estoy en un punto en que las memorias de mi infancia se entretejen como nunca antes, con el tiempo presente.
Este último año ha sido una invasión de cada una de las etapas de mi vida, en mi momento presente. A veces algo extraño, de reencontrarme con personas, lugares y emociones que no reconocía o que veía remotos. Un proceso de sopesar mis taras y virtudes, de cultivarme un poco más, de desarrollar habilidades largamente pospuestas, de superar atrasos y de recomenzar mis proyectos más esperados, pero sobre todo de sentir y recordar...aprender a sentir con serenidad, aprender a degustar con fruición los matices del devenir.
Veo pasar frente a mí los eventos de todas las etapas de mi vida, desde las cálidas mañanas jugando debajo de las cobijas de mi casa, con los rayos del sol filtrándose suavemente entre las hojas de un árbol de mango y yo, sobre mi cama: imaginando, creando mundos, una cualidad que creía perdida. Veo también las idas a la playa con la familia y mi amor por el aroma salino de los atardeceres, deseando inútilmente que el momento se prolongara. Los paseos y mi insistencia de visitar las iglesias, para llegar a la casa a dibujarlas y el muy peculiar hecho de decir desde muy temprana edad, con un convencimiento muy propio de mí, que iba a ser arquitecto. De mi insistencia en ayudar en algunas labores de la casa, que sigo disfrutando hacer. De mis dibujos, que le regalaba a mis abuelitos. Parece mentira que sean recuerdos tan remotos. El primer capítulo de mi vida fue como esa luz y esos sueños: un océano de vapor flotando sobre el mar y yo sobre él.
La perspectiva que dan los años es maravillosa. Me ha ayudado a recuperar las cosas que para mí han sido valiosas. Se ha dado cada vez que abro un álbum de fotos, o leo las cartas que me escribieron mis compañeros de escuela y puedo finalmente contemplar quien fui desde fuera. Hace poco me reencontré con un lugar donde fui una vez en mi infancia -acompañado esta vez de alguien que pertenece a esta etapa de mi vida- y mirando el mismo panorama, vi reflejados en el suelo mis pasos y lo lejos que he caminado. Ha sido una sensación que he experimentado muchas veces, con muchos encuentros, a lo largo de este año. Atrás quedaron los países que imaginaba y la tierra que sería fundada un 10 de diciembre del 2013, 21 años después de ser ideada. Mis sueños de ahora no son tan precisos ni los surca el sino de fatalidad que hacía extremadamente frágiles mis sueños imperiales. Pero gozan de un aplomo que sólo el tiempo pudo darme.
A partir de los recuerdos y los procesos que vivo, este año ha traído una radiografía completa de mi vida. Con ella me di cuenta de lo lejos que estoy todavía de llegar a puerto. Con el diagnóstico, vinieron las primeras medidas para re-encauzar mi vida. Lejos de desesperar por la lejanía, me he hecho profundamente consciente del peso que cada pequeño acto y paso tiene en conducirme en la dirección que quiero. Los años me han hecho paciente, me han ayudado a dejar de exigir tanto la perfección. Con eso puedo decir, que sé en qué camino me encuentro y que puedo percibir los cambios sucesivos en ese camino. Cambios que operan tanto en el paisaje que diviso, como en mi interior.
Y como los elementos de ese paisaje, las huellas que han quedado de cada momento con el tiempo se han ido desdibujando, para ser sucedidas por otras, pero no se han perdido del todo. Forman parte de cada patrón y contorno en mi ser, como los estratos geológicos, el contorno de antiguos corales en la roca. Mi vida se desenvuelve y con cada fotograma que observo, asumo que no puedo desperdiciar mi vida. Me doy cuenta que, en realidad, la vida que siempre he deseado es ésta, que debo aprovecharla pues en algún momento seré solo un legado, con las capas de mi historia lavadas por el mar.
3 comentarios:
Perdón por lo que vas a leer si es muy atrevido. Así me atrevo a decirte: no te envejezcás más de lo que estás, no te tirés más de treinta al lomo. En mi lectura sentí como si te estuvieras muriendo en este instante con ochenta y pico acumulados. La vida da vueltas y capaz que la siguiente hora es la última que le queda a uno. Pero es mejor ser feliz y no tan melancólico. Digo yo...
Perdón por lo que vas a leer si es muy atrevido. Así me atrevo a decirte: no te envejezcás más de lo que estás, no te tirés más de treinta al lomo. En mi lectura sentí como si te estuvieras muriendo en este instante con ochenta y pico acumulados. La vida da vueltas y capaz que la siguiente hora es la última que le queda a uno. Pero es mejor ser feliz y no tan melancólico. Digo yo...
Bueno, Jorge Andrés, es que a mi modo de ver, la melancolía y las cosas tristes son parte de la vida. Es creo más reflexión sobre lo que he avanzado, lo lejos que he llegado y lo mucho que me falta de avanzar...pero en lo que estoy en proceso. También creo que es entrar en paz con el futuro que todo humano tendré, que como dices, en cualquier momento puede llegar. Es en cierto modo vivenciar que aunque soy todos los Teban que han vivido en mí hasta ahora, la vida camina y más vale que yo siga siendo el capitán de mi propia vida.
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