La arquitectura y los arquitectos son responsables directos de la degradación ambiental de San José y su entorno. No son los únicos sin embargo, como en toda sociedad donde se reconoce el derecho privado a la posesión de la tierra, la especulación y la mecánica del máximo beneficio económico y la máxima plusvalía a costa de la mínima inversión, además de la cultura de la toma de "la opción más fácil", por parte de los costarricenses han permitido un proceso de degradación urbana que caracteriza de modo tan patente a la ciudad de San José. Eso sumado a la carencia de recursos, el abandono al que ha sido sometida la población, la migración campo-ciudad y ciudad-periferia, además del enfoque hecho -al estilo del modelo estadounidense- en el transporte individual, antes que en el colectivo -y éste, masivo y de mala calidad- han permitido el desarrollo de las situaciones indeseables que se observan hoy y se han observado por décadas.
Por eso se requiere un replanteamiento de la situación de la arquitectura en el seno de la sociedad. La arquitectura, en primer lugar, no es un arte, pero no puede claudicar en la decisión y la vocación de brindar un medio de excelencia para las personas y no como propuestas de fachada -puesto que el formalismo es culpable de buena parte de la degradación-, sino en realidad proporcionando espacios de calidad para las personas, donde sus diferentes necesidades, tangibles e intangibles, dentro de su gran variedad, sean remediadas y satisfechas.
Y, en segundo lugar, la arquitectura no puede desatender que el único cliente que posee no es el que lo contrata directamente, sino el común de la sociedad que se ve expuesta a las diferentes obras. Por ende, la arquitectura no debe ser un bien suntuario creado en beneficio de los sectores ya afortunados de la sociedad, sino que debe tener una gran proyección urbana, ya se trate de trabajos para clientes individuales o proyectos de regeneración urbana. Tomando en cuenta las corrientes teóricas y considerando los ideales socialistas del Movimiento Moderno, se determina que el papel del arquitecto, si bien no altera la sociedad en formas impresionantes, debe contribuir a la creación de un entorno humano, digno, estéticamente agradable y que satisfaga las necesidades de las personas (y no sólo las tangibles, sino también las de identidad, sostenibilidad, bienestar espiritual, crecimiento personal, entre otras). Por ello, hoy por hoy, dentro de las transformaciones previstas en el Plan San José Posible y cualquier otro plan nacional, local u obra arquitectónica, el arquitecto debe comprender su misión inclaudicable de mejoramiento del espacio en el cual habitan las personas.
La época de las catedrales y los castillos para el clero y la realeza ya pasaron. No erijamos otra aristocracia excluyente y ensimismada en su exhibicionismo, con nuestra complacencia, mediocridad, timidez y ansias de figurar. El papel de la arquitectura, a partir de las tarnsformaciones de la Revolución Industrial es, el mejoramiento de la vida de toda la sociedad y desde hace algunas décadas, la protección de la frágil interconexión de equilibrios naturales y sociales y la generación de un entorno apto para la vida y el crecimiento del ser humano.