Ayer
se cumplieron 30 años de que entré a la escuela (primaria).
Todos
los que me conocen realmente, saben lo central que son la educación y el
aprendizaje continuo para mí: no concibo un día en el que aprenda algo o avance
algo en mis tareas personales, a veces incomprensibles desde afuera.
Lo
de querer ser ingeniero fue una fase, porque desde los 3 o 4 años ya decía que
iba a ser arquitecto y volví a decirlo un poco después...y así ha sido hasta el
día de hoy, que en efecto lo soy y, lo más importante, lo siento crecer en
mí... porque un arquitecto surge y evoluciona, no solo es.
El
trabajo en la industria del diseño y la construcción es mi sueño, mi vocación,
mi parcela principal de querer incidir y crear un cambio en el mundo, sin
desmérito para nada de otras áreas que he ido incorporando en mi vida y que
valoro muchísimo. En específico, el campo de la sostenibilidad en la
construcción es tremendamente importante para contener el consumo desmedido de
recursos y el cambio climático motivado por nuestras actividades insostenibles
y, por eso, promoverla y educar sobre ella ha sido fundamental en mi
crecimiento como profesional y persona, sabiendo que, cuando retorne a diseñar
(que sé que se dará relativamente pronto), lo haré con otro bagaje y en
completamente otro punto de mi vida que cuando me gradué de la carrera.
La
educación, formal o informal, no es un arma para ir al mundo y solo generar un
ingreso o estatus, es una herramienta para ayudar, para transformar el mundo en
algo mejor: para uno, para los suyos, para otras personas y otras criaturas. No
coartemos nunca el espíritu y determinación de los niños por alcanzar estos
sueños. Porque si hay algo que tenía entonces y que me sigue caracterizando hoy
día, es esa claridad de lo que quiero y esa determinación profunda por
alcanzarlo.