Me encantaste,
desde el momento que vi tu sonrisa,
matizada por algún extraño sufrimiento...
sentí que podía albergar en vos un poco de mi soledad.
No quise reconocerlo, por la hostilidad con la que me recibiste,
pero de algún modo
por cosas más allá de tu belleza,
sentí que podía llenar tu rostro de mis brazos
rodeando tus penas.
Me hiciste sentir mal,
pero a decir verdad, me lo merecía,
creí en algún punto que ser yo, me daba
un privilegio de disponer de cuanto hombre quisiera,
en algún modo perdí la capacidad de separar
la espiga de la cizaña.
Y después de tanto tiempo, te vuelvo a ver,
pero esta vez vos me buscaste, para ser amigos,
mas mirando tu rostro a través de un cristal
y sintiendo el brillo detrás de tus ojos apagados,
oscurecidos por una bocanada de ese humo que te envolvía,
me sentí terriblemente cómodo en tu presencia.
De tu boca procedían las risas que hacían al antro oscurecido
desaparecer vaciado en una cordillera de misterios,
de tu boca procedían los criterios
que empataban como piezas de rompecabezas
en cada neurona del universo que ante mí se conformaba.
Pero sabía que no podía ir más allá,
mis manos algunas veces tocaron sin querer las tuyas,
pero rápido volvieron a explorar el aire entre nosotros
hasta vencerse por la gravedad;
alguna vez me acerqué accidentalmente a tu rostro,
pero era para hacerme oír mejor
en medio de la noche en que todos podían volver a ser ellos mismos.
Sé que las cosas sólo podrán tornarse de un mismo color
y a ratos me duele saber que no puedo sembrar apegos
pero el sentir que puedes significar algo para alguien,
algo que sea más que un compa
me hace sentir más la ironía.
Que cuando me encuentro tan feliz con un mae
es porque solo, sólo puedo sentir su lejanía.