Hace
poco, los candidatos presidenciales no lograron, a pesar de usar el recurso del
voto conservador, ganar las elecciones. Hace poco, un gobierno progresista
asumió el poder e izó la bandera de la diversidad sexual, un gesto de tiempos cambiantes.
Pero, recién los diputados del partido de gobierno negociaron con los partidos
evangélicos y sus aliados, coartar de momento la posibilidad de aprobar
proyectos tendientes a garantizar una ciudadanía plena a las minorías por
orientación sexual e identidad de género.
Respecto
al gobierno anterior y a los cantos de sirena de siempre de los políticos,
puede parecer que se ha avanzado, pero en realidad, todavía no se ha logrado la
aprobación en la Asamblea Legislativa de los proyectos de ley que harán una
gran diferencia para nuestro colectivo. Ciertamente no para quienes son
despedidos de sus trabajos por su orientación sexual, usando excusas. Tampoco
para quienes son expulsados de sus familias por su identidad de género, ni
pueden asumir en su cédula su verdadero nombre. Ni para quienes a pesar de
construir su mundo con sus parejas, ya por años, para la ley, son perfectos
desconocidos. O para quienes sufren
hostigamiento y violencia por motivo de su pertenencia a estas minorías, sobre
todo los que pasan debajo del radar de las estadísticas oficiales; han sido
asesinados por ser del colectivo LGBTI, pero como en el país no existe una
figura de crímenes de odio, sus sacrificios son ignorados.
Costa
Rica no puede seguir mostrando un divorcio entre su plática de derechos humanos
y la realidad de una sociedad discriminadora. Quiera o no quieran muchos, las
personas LGBTI estamos en todas las clases sociales, edades, familias, lugares,
profesiones y partimos de las personalidades y experiencias de vida más
diferentes. En nuestra diversidad, una diversidad que rompe con los
estereotipos, cientos de miles de costarricenses ansiamos poder gozar de la
ciudadanía con la que cuentan las personas heterosexuales; no sólo en términos
de leyes que propicien derechos iguales, sino también de una cultura de respeto
y aceptación por la diversidad. Quiera o no quieran muchos, las personas LGBTI
siempre hemos estado aquí y nuestros aportes al país, son enormes.
¿Pero
qué falta para llegar a este escenario que deseamos? La respuesta en realidad
yace en la actitud de cada uno. Muchísimos no hemos cumplido con nuestra cuota
de romper con la invisibilidad que a la sociedad tradicional le resulta tan
cómoda. Desde asumirnos orgullosamente
ante nuestra familia (generando un mensaje, de parecer tener vergüenza, de algo
que es totalmente natural), hasta callar cuando los demás critican a las
personas LGBTI, de limitarnos al closet del antro de ambiente; pero a la hora de dar una firma para una
iniciativa de la comunidad, o asistir a una marcha, negarnos creyendo que
garantizándonos no salir en televisión hacemos algo por nuestras vidas. Lo
único que estamos logrando con esas actitudes es mantener nuestras propias
vidas en un estado de permanente fragilidad.
Nuestros
adversarios tienen representación política y mientras muchos en la comunidad
nos enfrascamos en divisiones, o en apatía por las grandes luchas que quedan,
aquellos se alían entre sí y con las más retrógradas figuras religiosas, para
que la violencia y la discriminación sigan siendo impunes, para que las
familias si lo quieren puedan despojar a las parejas de todo lo que han
construido juntos, para que no podamos gozar de los recursos para nuestra
realización. Ante eso, se requiere consistencia y unión de las organizaciones,
luchar por representación política propia, pero sobre todo, romper con la falsa
comodidad del armario y manifestarse en ocasiones como hace poco, en que a
pesar de todo, asistimos miles por la dignidad y la diversidad.
Si
usted arguye que no va porque no se siente representado por quienes van a las
marchas, que fomentan los estereotipos ¿por qué no va usted mismo y se muestra
cómo es? ¿como estudiante, como profesional? Déjele ver a la sociedad que la
diversidad sexual es eso, un mundo lleno de todos los matices, los sueños más
disímiles. Ante una sociedad que debe cambiar, quien debe cambiar primero es
cada quien, desde el fondo de su ser...resonando más las palabras de Harvey
Milk: "Me gustaría ver a todos los médicos gay salir del armario... a
los arquitectos gay...ponerse de pie y dejar que el mundo lo sepa. Eso haría
más para acabar con los prejuicios en una sola noche de lo que nadie podría
imaginar".